A más de 60 años del lanzamiento espacial de Laika, el primer ser vivo en orbitar la Tierra, la historia sigue teniendo una deuda moral con la desafortunada protagonista de dicho capítulo en la denominada “conquista espacial”. Los homenajes y monumentos posteriores a su muerte nos recuerdan no solo la proeza de la que fue partícipe involuntaria, sino la larga batalla por conseguir el reconocimiento a los derechos de los animales en una sociedad que aplaude progresos y en raras ocasiones cuestiona el coste de los mismos.
“Era rusa y se llamaba Laika…”, así comienza la canción del grupo Mecano en honor a Laika, la cual hace una imaginaria crónica de la vida, hazaña y muerte del primer animal en ser lanzado al espacio; una historia que es recordada más con dolor y vergüenza que con gloria, ya que Laika fue enviada a morir, nunca se consideró su regreso con vida de la misión. La quisieron volver célebre con miras a un aporte científico y acabó trascendiendo por la soledad y crueldad de su muerte.
Fue el 3 de noviembre de 1957 cuando el satélite soviético Sputnik 2 abandonaba el planeta Tierra ante los ojos del mundo, colocando a la Unión Soviética a la delantera de la denominaba carrera por la conquista espacial que sostenía contra Estados Unidos en esa época; la particularidad del Sputnik 2 era lo singular de su única tripulante, Laika, una simpática perra rusa que habían recogido de la calle y que tras una serie de difíciles pruebas resultó ser la más apta para sobrevivir a complicadas situaciones, lo que la llevó a ser elegida para convertirse en el primer ser vivo en ser lanzado al firmamento.
Laika se convirtió en estrella mundial, ningún otro perro en ese momento era tan famoso como ella, pero mientras su imagen aparecía en periódicos en todo el mundo, ella moría producto de asfixia, miedo y un calor extremo que acabaron por apagar su vida, en una soledad que la separaba no solo de otros seres vivos, sino del mismo planeta al cual pertenecía.
Cuando se supo que Laika no regresaría, la simpatía que había despertado se convirtió en indignación, varias protestas tuvieron lugar en los edificios de las embajadas soviéticas alrededor del mundo y en el de las Naciones Unidas, desencadenando un debate sobre la crueldad animal en la experimentación.
Tras su muerte han sido incontables los homenajes que se le han hecho: ahí está Laika en el famoso Monumento a los Conquistadores del Espacio (siendo ella junto con Lenin los únicos personajes con nombre), también en la Ciudad de las Estrellas en la placa ‘Homenaje a los cosmonautas caídos’ se encuentra Laika retratada entre las piernas de una persona, más recientemente en 2008 fue inaugurado un monumento a Laika de dos metros de altura en pleno centro de Moscú, y como estos ejemplos hay incontables más: cuentos, canciones, sellos postales y novelas.
Todos estos intentos por “honrar” la memoria de Laika han sido y serán insuficientes para justificar no solo la muerte del animal, sino la traición a la confianza que había depositado en sus cuidadores, como dijo Oleg Gazenko, científico del programa espacial soviético, “Cuanto más tiempo pasa, más lo lamento. No debimos haberlo hecho, no aprendimos lo suficiente de la misión para justificar la muerte de Laika”.
“En la Tierra hay una perra menos, y en el cielo una estrella más” termina diciendo la canción de Mecano, y así es recordada Laika. Buscaban una heroína y crearon una víctima cuya muerte más que un aporte científico, puso en evidencia la falta de derechos para los animales, situación que continúa hasta nuestros días y que tiene presos en laboratorios a miles de seres vivos que nunca tendrán un nombre o monumento, víctimas de un sistema acostumbrado a ignorar los dolorosos lamentos provenientes de las jaulas y el deseo de vivir de cada especie con la que compartimos el planeta.
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